Estrella Cervantes Avelar
Lic. en Psicología
Mucho se ha debatido acerca del origen del delincuente, si este nace o se hace, en la actualidad se sabe que son varios los factores que influyen en el comportamiento de los individuos. Las teorías individualistas le daban explicación al delincuente desde un origen biológico, psicológico o social, no obstante, la unificación de los tres factores dio origen al enfoque integrativo, en el que la conducta tiene un origen biopsicosocial, por lo tanto, no hay factor aislado que influya en el comportamiento; estos son los factores biológicos (herencia y genética), los sociales (relaciones interpersonales) y psicológicos (emociones y pensamientos).
Dentro del comportamiento del ser humano que trasgrede el orden interpersonal esperado es importante a considerar la diferencia que existe entre problemas de conducta y algún trastorno tipificado dentro de algún manual de enfermedades como el DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) o la CIE (Clasificación Internacional de Enfermedades y Problemas Relacionados con la Salud), pues en muchas ocasiones los problemas conductuales en el niño o niña existen sin que se cumplan todos los requisitos de algún trastorno mental especificado y es importante focalizarlos y brindar la atención adecuada en cada caso.
De igual forma, como explican Kazdin y Buela-Casal (1996), las conductas antisociales se definen como “diferentes comportamientos que reflejan transgresión de las reglas sociales y/o sea una acción contra los demás”, mientras que una conducta delictiva es “la designación legal basada generalmente en el contacto con las leyes de justicia del país en el que se encuentra” (Sanabria, A., & Uribe Rodríguez, A. 2009). Por lo tanto, cuando está presente un trastorno de conducta no tienen por qué ser considerados como delincuentes, ni a estos últimos que han sido juzgados en los tribunales se les debe considerar como poseedores de trastornos de conducta (de la Peña Fernández, 2010|).
De esta manera, una conducta delictiva se define dentro del ámbito legal, sin embargo, esta se encuentra constituida por factores psicológicos; y, aunque se puede establecer una distinción, muchas de las conductas coinciden parcialmente pero todas entran dentro de la categoría general de conducta antisocial.
Aquellas conductas que generan un patrón de desprecio y violación a los derechos de los demás como no ajustarse a las normas sociales son las llamadas “conductas antisociales”, incluyen el acoso, robo, destrucción de propiedad, violencia física, irritabilidad y agresividad. De la misma manera, muestran poco o ningún remordimiento por las consecuencias de sus actos, indiferencia, falta de empatía, crueldad y cinismo; en su conjunto constituyen el Trastorno de la Personalidad Antisocial.
Pueden realizar o no conductas definidas como delictivas, por lo tanto, pueden involucrarse en actividades ilegales, que son motivo de detención (aunque esto no siempre sucede) como la estafa, negligencia en el cuidado de los hijos, conducir a exceso de velocidad o en estado de ebriedad (entre muchos más, ya que cuentan con un bajo control de impulsos). Pueden no ser autosuficientes (inestabilidad laboral e irresponsabilidad económica), quedarse sin hogar y suelen pasar muchos años en instituciones penitenciarias; de igual forma, se incrementa la probabilidad de morir por medios violentos que la población en general, a causa de homicidio, accidentes y/o suicidio.
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La probabilidad de desarrollar el Trastorno de Personalidad Antisocial en la vida adulta se incrementa con la presencia de abuso o negligencia infantil, paternidad inestable o irregular o la disciplina parental inconsistente; singularidades que contribuyen al desarrollo de un Trastorno de Conducta en la Infancia/Adolescencia (Cervantes Avelar, 2018).
Es así como el Trastorno de la Conducta pasa a tener relevancia dentro del mundo infantil, pues puede ser predictor de conductas antisociales/delictivas en la edad adulta. Por lo tanto, ante la sospecha de la presencia del Trastorno de Personalidad Antisocial deben de buscarse indicios que señalen problemas/trastornos conductuales de inicio en la infancia o adolescencia (APA, 2014).
El Trastorno de Conducta tiene como comportamiento característico la ausencia de respeto a los derechos básicos de los otros y las normas sociales acorde a la edad del individuo. Engloba la agresión a personas y animales (acoso, amenazas, uso de armas, crueldad física y/o violación sexual), destrucción de la propiedad, engaño o robo e incumplimiento de normas. Algo significativo es la característica emocional (prosocial limitada) que acompaña a tales comportamientos, como la falta de remordimiento o culpabilidad, insensibilidad/carencia de empatía, despreocupación o afecto superficial/deficiente.
Las definiciones que brinda el DSM-5 exigen la tipificación exacta de los síntomas, en tiempo determinado, lo que permite observar una posible relación entre el Trastorno de Personalidad Antisocial y el Trastorno de Conducta. De esta manera, las dificultades conductuales durante la infancia incrementan la probabilidad de desarrollar problemas conductuales/antisociales (delictivos) en la edad adulta; sin embargo, una peculiaridad consiste en los problemas que se desarrollan durante la adolescencia, ya que estos no tienen tanta trascendencia en la adultez (APA, 2014).
Las personas que son identificadas con problemas conductuales/antisociales durante la infancia, pueden continuar con características similares a una edad posterior o en diferentes situaciones. Se entiende así, que las conductas cambian con la edad pero se encuentran dentro de la misma categoría; por ejemplo la agresión en edad preescolar se puede manifestar como rabietas, en la escolar como destructividad y en la adolescencia como violencia interpersonal (Sanabria, 2009).
Como menciona de la Peña Fernández (2010), el modelo de “coerción” de Patterson, Reid y Dishion (1992) intenta especificar cómo se forja la conducta antisocial en cuatro etapas, este se desarrolla desde orientaciones conductuales y del aprendizaje social. Es posible observar la conexión con los párrafos anteriores, ya que este modelo teórico busca las raíces de los comportamientos antisociales crónicos en las primeras etapas de la vida, donde se produce una “cascada” de eventos que orientan al sujeto hacia un estilo de vida delictivo.
En la primera etapa las experiencias familiares adquieren gran importancia, pues, si las prácticas de crianza (ausencia de normas claras, los padres no refuerzan en el sentido oportuno las conductas del hijo) no son adecuadas, el niño percibe que emitiendo conductas aversivas (llorar, romper objetos, pegar, explosiones emocionales) le resulta “provechoso” para escapar de situaciones desfavorables o permitiéndole conseguir refuerzos positivos. Este aprendizaje sutil hace que el niño ejerza conductas “coercitivas” o manipuladoras sobre el resto de los miembros de la familia.
La segunda etapa se inicia en la escuela, donde el ambiente social “reacciona” ante la conducta del sujeto: la falta de habilidades de interacción en nuevas situaciones, el rechazo de sus compañeros, evitar las tareas académicas o el desajuste escolar enfrentan al niño a sus primeros “fracasos” en el mundo.
En la tercera etapa, el adolescente “afina” sus habilidades antisociales al incluirse con iguales desviados, donde el fracaso académico recurrente y el rechazo por parte de los compañeros hacen que el sujeto se sienta excluido del mundo prosocial y busque relacionarse con individuos semejantes a él; de esta manera, las actividades antisociales se irán ampliando y se harán cada vez más severas.
Por último, el adulto desarrollará una “carrera” antisocial, en donde las escasas habilidades adquiridas le dificultarán la permanencia en un trabajo estable, la institucionalización reducirá las oportunidades de adoptar un estilo de vida convencional, las relaciones de pareja serán problemáticas y el consumo de sustancias nocivas impedirá un funcionamiento ajustado. Progresivamente, el sujeto se confinará a una existencia marginal y las actividades antisociales se harán crónicas.
Dentro del modelo, Patterson aclara que cuando un individuo está en una etapa, existe una elevada probabilidad de que pase a la siguiente; pero, en muchas ocasiones se interrumpe tal progresión y el número de individuos en cada etapa se va reduciendo a medida que avanza la secuencia. De esta manera, este planteamiento, se aplicaría únicamente al delincuente, de tipo “inicio temprano”.
Elena Garralda, catedrática emérita de Psiquiatría del Niño y del Adolescente del Imperial College London St Mary's Hospital Campus (Reino Unido), ha reconocido que la mayoría de trastornos de conducta suelen iniciar durante la infancia y tener consecuencias más graves a medida que el niño crece. Los problemas de conducta suelen afectar al 5 por ciento de los niños, de estos, un 40 por ciento, llegan a la adolescencia con problemas similares, asimismo, hasta el 90 por ciento de los delincuentes juveniles persistentes tuvo problemas similares durante su niñez (Press, 2014).
Estudios de seguimientos (Moffit, 1990) han encontrado que los jóvenes delincuentes calificados como agresores tienen mayor probabilidad de cometer en la edad adulta actos violentos, como ataques, asesinatos o secuestros. Otros autores han encontrado que altos niveles de agresión a los diez años de edad, son altamente predictivos de criminalidad en hombres adultos. De igual forma, diversos estudios (Lilienfeld y Waldman, 1990) sugieren que los psicópatas del mañana podrían encontrarse entre un subgrupo de niños que muestran un trastorno de la conducta, al igual que hiperactividad-impulsividad-falta de atención; los niños que presentan un trastorno de conducta presentan similitudes con la personalidad antisocial y la psicopatía. Esto debido a que la mayoría de los déficits encontrados en los adultos aparecen también en algunos grupos de estos niños (citado en García Romera, y otros, 2011).
Por, último, el tema central de la progresión propuesta por Patterson son las experiencias disciplinarias en la familia, por lo tanto, al seguir esta línea, la prevención es la vía principal para reducir el comportamiento antisocial en edades posteriores a la niñez. Es por ello que muchos de los investigadores destacan la necesidad de intervenir en edades tempranas para intervenir con los patrones de comportamiento que suponen un riesgo para el futuro desarrollo de conductas antisociales o delictivas, y evitar que estos se estabilicen.
Es posible una intervención de prevención temprana con un entrenamiento a los padres en habilidades de crianza adecuada, que impida o bloquee el proceso coercitivo, siendo fundamental para intervenir sobre las conductas antisociales.
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Referencias
APA. (2014). Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos Mentales, DSM-5. Arlington, VA.: Asociación Americana de Psiquiatría.
Cervantes Avelar, E. (2018). Psicopatología infantil asociada a maltrato emocional. Ciudad de México: UNAM.
de la Peña Fernández, M. E. (2010|). Conducta Antisocial en Adolescentes: factores de riego y protección. Madrid: Universidad Complutense de Madrid.
García Romera, Á., Arnal Gimeno, A. B., Bazanbide Bidaburu, M. E., Bellido Gómez, C., Civera Marín, M. B., González Ramírez, M. P., . . . Vergara Arroniz, M. A. (2011). Trastornos de la cunducta. Una guía de intervención en la escuela. Gobierno de Aragón: Departamento de Educación, Cultura y Deporte.
Press, E. (03 de Marzo de 2014). El 90% de los delincuentes juveniles persistentes ya muestra problemas de conducta en la infancia. Obtenido de Psiquiatría. com: http://psiqu.com/2-39483
Sanabria, A. &. (2009). Conductas antisociales y delictivas en adolescentes infractores y no infractores. Pensamiento Psicológico, 203-217.
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